Armando González Ordaz: militante incorruptible y líder sindical.

Por: Ana Luisa Manso.

El municipio artemiseño de  San Antonio de los Baños, se distingue por la producción tabacalera, las tradiciones culturales y su fecunda historia. Muchos hijos de esta tierra donaron su patrimonio a la causa revolucionaria,  y otros, ofrendaron la vida en la lucha por alcanzar  la libertad.

Entre  los mártires del Ariguanabo encontramos a Armando González  Ordaz, alias Bullita, seudónimo con que se reconoció al  combatiente en  la localidad y más allá de los  límites geográficos.

Vio la luz el ocho de mayo de 1912, en la villa ariguanabense, donde cursó  estudios de la enseñanza primaria  hasta el cuarto grado; pero su clara inteligencia y la despiadada realidad social que le tocó vivir, le permitieron comprender  con prematuridad  la  justeza de  la lucha de la clase obrera.

Bullita, se  destacó por su loable tarea en los sindicatos locales, convirtiéndose en el pavor de los líderes reformistas que vieron en  él  al  militante incorruptible.

La represión machadista era cada vez más violenta, los secuaces diseminaban el terror por todas partes, y  perseguían implacable a los comunistas.

Ante esa realidad, Armando González  Ordaz  estableció  amistad con el sacerdote Arrechea, párroco de la iglesia de San Antonio de los Baños, quien en diferentes lugares del templo  ocultó las  armas  y un mimeógrafo donde  el Partido imprimía  la propaganda local.

El grupo clandestino de los comunistas ariguanabenses creó  el Comité de Lucha, que orientado por el Partido, alcanzó conquistas para los trabajadores y el pueblo.

Al llamado del  Partido, Bullita se trasladó  a La Habana  donde tuvo una intensa actividad revolucionaria.

Con posterioridad viajó a Güines para organizar a los trabajadores azucareros de la región. Allí fue  detenido y  brutalmente torturado;y al salir en libertad juró morir, antes de  caer nuevamente prisionero; compromiso que  cumplió enfrentando a  tiros a los esbirros en el intento de apresarlo.

El nueve  de octubre de 1935, Armando González  Ordaz  desayunaba   en compañía de su camarada de lucha, Isidro Sobrín,  en la cafetería de las esquinas de Sol e Inquisidor, en La Habana Vieja, cuando fueron ametrallados por los esbirros de la tiranía como resultado de una denuncia.

En el enfrentamiento armado, los  jóvenes exclamaban:¡ Viva la Revolución!, ¡Viva el Comunismo!, y  respondieron con sus pistolas   a pechos descubiertos, resultando heridos de gravedad, no  sin antes alcanzar con sus disparos a dos policías.

Minutos más tarde, Ordaz y Sobrín, fueron  conducidos a un centro  de curación, donde fallecieron  pocas  horas después.

Los crímenes eran una muestra de la impotencia del tirano para apagar la llama revolucionaria prendida por los cubanos.

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